lunes, 14 de mayo de 2007

FOTOS

Es cierto, las fotografías no sólo sirven para recordar momentos, también nos demuestran, aunque sea mirándolas con los ojos más ingenuos, que una vez alguien quiso retratarnos sonriendo, o dejar para la posteridad nuestra imagen impertérrita a su lado.
Es cierto, que puede verse, si se pone mucho empeño, una evolución interna de los seres por su forma de mirar al objetivo, que les da alcance y les dispara. Las sonrisas espontáneas y juguetonas de una pareja que abandona la adolescencia pueden transformarse con el tiempo para que luego pasen a ser el incómodo documento gráfico de un desencanto provocado por la inconmensurable desidia. Entonces, si quieres rescatar una sonrisa mínimamente encendida ya sea por nostalgia o por convencimiento, pues tomarlas todas, hacer una pila y pasarlas con rapidez a la altura de tu entrecejo, y así ver la película de los ojos, de tus ojos, para que al llegar a la última mirada compruebes si el final es feliz o como ya intuías, amargo.
Sin embargo, es cierto que puedes intentar agarrar la cámara de fotos, esas digitales tan plateadas y tan instantáneas que fabrican ahora, y salir a buscar tu sonrisa por el mundo e intentar modificar lo triste de la historia, puedes repetir algunas fotos poniendo lo mejor de tu alegría y fingir también que a tal hora, de tal día, de tal año éramos dichosos como enanos escapándose de un circo. Puedes imprimirlas si lo deseas y juntarlas a la otra pila. Comenzar la sesión de nuevo, con la vista muy atenta y volver a recordar los besos desempolvados, los abrazos que apretaban hasta achicarte el alma y arrinconártela en el pecho, puedes ver también que te costaba menos sonreír porque era casi automático; y al llegar de nuevo al final, la misma cara, la misma boca desencantada y las manos libres buceando en los bolsillos. Y te das cuenta de que sonríes, sí. Pero sabes, como sabe todo el mundo, que no se puede revivir un tiempo muerto.