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jueves, 1 de enero de 2009

Carta de ajuste


Blanco. Amarillo. Cian. Verde. Púrpura. Rojo. Azul. Negro.

Amigos.
Todos los que me miran desde casa:

El hombre,
que sale por la tele...

¡El hombre que sale de la tele!

Tiene un tono lúdico-festivo.
Tiene share, ¿entiendes?
Tiene todo lo que a tí te falta.

Es el hombre de la tele, amigo. El hombre que sale por la tele.
No quisieras salir tú por la tele.
Sin embargo,
tú quisieras ser el hombre de la tele. El hombre que sale de la tele.
Y te araña. Y te muerde en la mejilla. Y te clava los pelos de su barba.

El hombre de la tele tiene barba. Tiene barba de tres o cuatro días.

El hombre de la tele es elegante.

El hombre que sale de la tele

se sienta en tu sofá,

te mira.

Tiene el mando a distancia. Tiene el mando.

El hombre que sale de la tele, amigo. El hombre de la tele.

No quisieras serlo, amigo.

El hombre de la tele. Habla.

El hombre de la tele. Ríe.

El hombre de la tele. Exclama.

El hombre de la tele. Que se apaga.

Es el hombre que sale por la tele, perdón:
El hombre que sale de la tele.

Que se sienta en tu sofá y te dice:

Eh, amigo. Soy yo, amigo. ¿Lo adivinas?

Soy yo,
soy el hombre que sale de la tele.

Soy yo,
soy el hombre que te lleva viendo, uf, tantos años.

Soy el hombre que te mira sentado,
que te mira de espaldas,
que te mira tumbado,
que te mira mientras hablas con tus padres,
con tu novia,
que te mira cuando hacías los deberes,
que te mira cuando merendabas,
que te mira mientras lees una revista,
que te mira cuando duermes,
que te mira cuando comes,
que te mira riendo,
que te mira mientras hablas por teléfono,
que te mira cuando follas,
que te mira cuando vienen los amigos,
que te mira cuando no me estás mirando.
soy el hombre que sale de la tele y que te mira:
por la tele.

Soy el hombre.
Yo, soy el hombre. Tú, eres la tele.

Tele nuestra que estás en la tele.
Televisada sea tu tele.
Venga a nosotros tu tele.
Hágase tu emisión así en la tele como en la tele.
Danos hoy nuestra tele de cada día...

Somos los hombres que salen de las teles.

Soy el hombre de la tele.

Soy el hombre que sale de la tele.

Blanco. Ama-
rillo. Cian. Ver-
de. Púrpura. Ro-
jo. A-
zul.

Negro. Muy, muy negro.

Negro.

¿Quién soy?

martes, 22 de abril de 2008

Un poco de cadaver exquisito, ¿no?

Entre otras muchas cosas, hoy en clase de Psicoanálisis y literatura, Álex y yo hemos escrito entre los dos un poema al estilo surrealista de Bretón y compañía. Aquí dejo el texto, sin duda, revelador.


Legumbre de lo cotidiano

Nunca volví a ver la casa del bosque.
La miró a los ojos y escupió. Se sentía asqueado
del azar y otros placeres movedizos.

Sin duda alguna, la lechuga era su plato favorito
y la chica de los ojos casi rasgados como pomas de galleta:

¡Cuidado!
El soplo de las pestañas recogidas en dos lazos.

Volvió a golpearse con la farola.
Ciertas medias caóticas con nombre de reina judía.
El perro, ese animal tan noble.

Érase una vez.


Álex Duque y Oscar Sáenz

sábado, 12 de enero de 2008

Ha muerto un Ángel




Odio las casualidades que tienen como resultado la pérdida de algo o de alguien. Anoche, antes de abandonar mi asiento en el escritorio y de haber revisado algún poema de Ángel González en una páginas de poesía, me quedé dormido y al volver a incorporarme para apagar mi ordenador -debían de ser la una y media o así- aún me dio tiempo a releer algún poema para desearme buenas noches. Esta noche murió Ángel González y no sé si, en el trance de su viaje, el aliento de las miles de personas que hemos recitado en voz alta alguna vez sus versos, le acompañó o le acompañarán por siempre. Solo deseo desde la humildad de mi blog poner mi granito de arena a la memoria de un poeta con mayúsculas y recitar en voz baja el poema con el que abría la puerta a las letras españolas.


Para que yo me llame Ángel González
Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo,
fue necesario un ancho espacio
y un largo tiempo:
hombres de todo el mar y toda tierra,
fértiles vientres de mujer, y cuerpos
y más cuerpos, fundiéndose incesantes
en otro cuerpo nuevo.
Solsticios y equinoccios alumbraron
con su cambiante luz, su vario cielo,
el viaje milenario de mi carne
trepando por los siglos y los huesos.
De su pasaje lento y doloroso
de su huida hasta el fin, sobreviviendo
naufragios, aferrándose
al último suspiro de los muertos,
yo no soy más que el resultado,
el fruto, lo que queda, podrido, entre los restos;
esto que veis aquí,
tan sólo esto:
un escombro tenaz, que se resiste
a su ruina, que lucha contra el viento,
que avanza por caminos que no llevan
a ningún sitio. El éxito
de todos los fracasos. La enloquecida
fuerza del desaliento...
Ángel González

martes, 8 de enero de 2008

Fue prohibido

(Vista desde el cementerio de Arenys)

En su momento, fue tan prohibido como lo que sentía al escribirlo. Ahora, cuatro años y tres días después, me parece bonito, triste y muerto.



SINERA


Tomé del mar la palabra entera y saqué del día sus dos últimos tercios.

Me arropé con su silencio, y ella siguió mirando el mar oscuro.

La tormenta de caramelo derretido acababa de escampar. Y sólo quedaba el aliento del tabaco en nuestras bocas.

"Allí arriba los muertos tienen buenas vistas". Fue lo que me dijo una mañana, antes de subir al cementerio. Y yo sentí envidia, entonces, de su cigarro.

Casi rompemos un secreto. Absortos, bajo la luna, apenas desnudos. Ella se tapó.Y yo lloré como un silencio. Como un traidor arrepentido.

Sólo sé que después dijo: "Me gustaría poder abrazar ese mar de un salto."

Y yo me levanté a besarla, pero con suave sonrisa me cambió de tema.

A lo lejos, se sentía el rugido inquebrantable del vals de las olas. Entonces pensé que ojalá tuviese una guitarra para no borrar este momento.

A lo lejos, el Sol, volvía. Me cogió la mano y juntos miramos al abismo.

Se fue con el mar, desnuda. Como las gaviotas, como los angeles. Con alas tan invisibles como las de mis ojos.

Y yo no me atreví a seguirla.

Entonces pensé: "Que bien que viven los muertos."

5 de Enero de 2004 (M.D.)

miércoles, 25 de julio de 2007

Las mujeres como tú
son esas que aburren a los hombres
que no buscan más que almacenar saliva.

Observo, y pateame si me equivoco,
que nos gusta comprar las mismas zapatillas
y a ti considerarte poco
y afirmarte casi nada
para condecorar al fin tu nombre
para salvarlo así tan suave
de mi entrecejo de las maravillas.

Llegados a este punto,
no busco impresionarte y ya lo saben,
tengo que dibujar sobre la servilleta un número
que exponga ceniciento el susto y la arrogancia
que ha sido descubrir tus decimales.

Me dejo ya de ser un individuo
y me largo de aquí para que almenos
te brote la pregunta más exacta
y más innecesaria de momento.

Las mujeres como tú
son las que aburren
a tipos como yo
que buscan sexo.

martes, 15 de mayo de 2007

I




Ya quiero que no emita pitidos
la línea que vigila tus latentes
percusiones verdes y parpadeantes.

Estoy de pie,
a veces asomado a tu letargo,
amarrado en tu orilla,
solo en la frontera
de los que estamos aguardando como estatuas
delante de cuerpos
con máscaras convexas.

El tiempo, creo, no es el tiempo,
es un pájaro azul en mi botella.

Batas verdes dibujando a la rutina,
mientras sábanas se manchan de esperanza;
en medio, van y vienen, las visitas.

Nuestra sala de espera cuenta chistes
también cuentan las pisadas sus baldosas
donde un hombre taciturno no cojea.

Mis ojos asfixiados inspeccionan
a todos los objetos que hacen falta
para seguir en este espacio ambiguo.
En este hotel donde nos dejan
nacer y morir; un mismo sitio.

Cableados translúcidos con líquidos amnióticos,
son el pan y son el suero, la sangre y el vino
que reparte la vida por tus venas.

El edificio es un cruce de caminos:
El del verde fósforo y el otro
tangente y mortal, ambos celestes y mezquinos.

Me escapo de la angustia de tu cama
y más aumenta ese pitido,
tan agudo y tan verde, que me para-
liza porque no me he despedido
de ti. Doy media vuelta,
y veo el verde urgente a la carrera
con cara de trabajo y de impaciencia.
Es humano el admitir que me ha aliviado
saber que ha sido otra, tú no eras.
Aún con horror, ahora, me doy cuenta
que no hubo ni pecados ni milagros
en esa habitación que ya no piso.
Porque sé que dios
–el Dios que Calla–,
ni aquí ni allá
ha sido visto.