
- ¡¿Pero hombre, qué está haciendo?!
- Multarle.
- ¡¿Por qué?!
- ¿Es que no lo ve usted? Fíjese cómo ha aparcado.
- ¿Cómo he aparcado?
- Sí, sí.
- No, le pregunto sorprendido que ¿cómo he aparcado?
- Pues torcido.
- ¿Torcido?
- Sí, y además la mitad del coche está más cerca del bordillo que la otra.
- Pero bueno, unos centímetros…
- Ay, unos centímetros, unos centímetros…
- Pero si es zona azul. ¿Qué digo? Verde, es zona verde. ¡Que me ha costado un pastón!
- Tampoco se altere, amigo.
- ¿Cómo que no me altere?
- Es que está usted delante justo de “La Pedrera”.
- Bueno, pero se podía aparcar, ¿o no?
- Claro, pero aparque usted bien. Recto, en paralelo perfecto al resto de coches y en perpendicular a la acera. El culo de su coche y la fachada de “La Pedrera” tienen que ser dos líneas imaginarias que se crucen en el infinito.
- ¿Y eso?
- No querrá dar una mala imagen de Barcelona, ¿no? Piense usted en los turistas.
- Ah, claro… No había caído… Los turistas…
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