
lunes, 22 de diciembre de 2008
Reflexiones de un hombre cotidiano (1)

martes, 28 de octubre de 2008
En una clase de primaria

- (toda la clase) ¡Holaaaaaa!
- Ahora Florient se va a subir encima de la mesa y nos va a cantar una canción de su pueblo. Venga Florient, súbete a la mesa. ¡Sube!
- Señorita, ¿por qué es negro?
- Pues porque sus padres y toda su familia lo son.
- ¿Y por qué lo son también?
- Sube, Florient. No te dé vergüenza. Pues porque del lugar de donde Florient procede, todos son negros. Pero no es nada malo. Hay que comprenderlo, ¿vale?
- ¿Nos vamos a poner negros nosotros también, señorita?
- No digas eso Alba. Aquí nadie se va a poner negro. Él será el único negro y por eso le tenemos que aceptar como si fuera uno más.
- ¿Por qué no se sube a la mesa, señorita? ¿Es malo?
- Venga Florient, sube que podamos verte todos. Que te quieren conocer tus nuevos compañeros.
- Y… y… y… Se… se… señorita, ¿por qué no habla?
- Todavía tiene que aprender nuestro idioma, pero le ayudaremos. Con palabras rápidas y cortas, ¿vale? Sube, Florient, vamos pequeño. Sube a la mesa. Sube.
- ¿Es un “migrante”?
- Se dice inmigrante. Recuérdalo bien. Sí, Florient es un inmigrante de segunda generación.
- ¿Qué es eso?
- Pues que ha nacido aquí, pero sus padres son de fuera.
- ¿Y si ha nacido aquí, por qué es negro todavía?
- Sube Florient. Sube, va. Déjanos que te veamos bien para empezar a tolerarte.
lunes, 13 de octubre de 2008
Barcelona, miércoles, 11:50 a.m., primavera ventosa. (Españalandia)

- ¡¿Pero hombre, qué está haciendo?!
- Multarle.
- ¡¿Por qué?!
- ¿Es que no lo ve usted? Fíjese cómo ha aparcado.
- ¿Cómo he aparcado?
- Sí, sí.
- No, le pregunto sorprendido que ¿cómo he aparcado?
- Pues torcido.
- ¿Torcido?
- Sí, y además la mitad del coche está más cerca del bordillo que la otra.
- Pero bueno, unos centímetros…
- Ay, unos centímetros, unos centímetros…
- Pero si es zona azul. ¿Qué digo? Verde, es zona verde. ¡Que me ha costado un pastón!
- Tampoco se altere, amigo.
- ¿Cómo que no me altere?
- Es que está usted delante justo de “La Pedrera”.
- Bueno, pero se podía aparcar, ¿o no?
- Claro, pero aparque usted bien. Recto, en paralelo perfecto al resto de coches y en perpendicular a la acera. El culo de su coche y la fachada de “La Pedrera” tienen que ser dos líneas imaginarias que se crucen en el infinito.
- ¿Y eso?
- No querrá dar una mala imagen de Barcelona, ¿no? Piense usted en los turistas.
- Ah, claro… No había caído… Los turistas…
miércoles, 11 de junio de 2008
¿Anti-mutantes? // ¿anti-anti-mutantes?

Aunque la propuesta de antología de narradores -y esto no incluye unicamente cuentos, sino cualquier forma de prosa- al margen del cánon es sin duda necesaria y por lo tanto obvia, he lamentado el discurso final que ha tomado el acto. Juan Francisco Ferré nos ha contado lo que era o son los mutantes de esta literatura que llamamos nacional -aunque yo hubiera preferido expandir el territorio e incluir a cualquiera que se exprese en lengua castellana o, bien, por otro lado, incluir textos de otras tradiciones españolas en lenguas que no son el castellano -es decir, lo sabemos todos: catalán, gallego y vasco-. Si uno busca un poquito por internet en los sitios adecuados encontrará información de primera mano de que es lo que se denomina este tipo de escritor, se antologan muchos y muy variados: Eloy Fernández Porta, Robert-Juan Cantavella, Jordi Carrión, David Roas, Javier Calvo (un cachondo) y Flavia Company entre otros. He citado a los que han acudido hoy, que han hecho el esfuerzo y el gesto de acudir, supongo que por proximidad. Pero hay muchos otros de entre los que cabe destacar a Manuel Vilas, Agustín Fernández Mallo, Javier Calvo, el propio Juan Francisco Ferré o Vicente Luis Mora. Cada uno aporta algo, ya sea un cuento, un texto visual, un fragmento de novela o lo que sea; y cada uno ha dedicado unas palabras, unos mas y otros menos en función de sus ganas de participar o de su ego -esto es así, también-. Como siempre se han manifestado no como grupo ni como generación, si no como un conjunto de autores que rondan una fecha de nacimiento en torno a los años 70 y que tienen por influencias más allá de las literarias las audiviosuales y musicales en el formato que guste, y que sobre todo, no desperdician la oportunidad de la abyección ni de la ironía. Hasta aquí bien.

Ahora empieza lo que me ha parecido que sobraba y que algunos de los presentes en la mesa han intentado "detener" sin mucho éxito. Al final de su intervención introducctoria como antologísta, Juan Francisco Ferré ha soltado el "bulo" por llamarlo de algún modo de que cierto crítico apoltronado que él no ha dudado en calficiar como acelga en olla podrida -y esto es totalmente deleznable, porque en un acto cultural o publicitario (ambas cosas en este tipo de encuentros suelen ser exactamente lo mismo) está dedicando su tiempo a confeccionar una antología anti-mutantes. Luego ha acudido al correlato del comic marvel y ha dicho que el enemigo de los mutantes en este tipo de historias es el científico racionalizador, es decir, el antagonista que tiene tanto poder como el protagonista y que lo dedica a contrarrestar la naturaleza de éste. Lo que en literatura equivaldría a decir que un crítico solvente como Fernando Valls (y este nombre ha salido a regañadientes gracias a que Javier Calvo, convertido en el adalid de la curiosidad de todos o al menos la mía) se dedique a proponer su antología. Lo cual es totalmente admisible y si bien es más, totalmente deseable. En esto último han coincidido todos menos Ferré.
Jorge Carrión en un ataque de buen gusto ha tratado de devolver al acto su valor propagandístico (en el sentido sano de la palabra) y de recordar que estabamos allí para hablar de ese libro y no de uno fantasma que no se sabe con certeza de su posible publicación. Pero la semilla había germinado. Se ha calentado la boca y ha seguido largando entre las caras atonitas de escritores como Eloy Fernández Porta o Robert-Juan Cantavella, es decir, de punta a punta.
Yo lo que lamento es la actidu del antólogo, no la buena idea del libro si no la mala de idea del otro libro. Quiero decir, que es normal que exista una antología alternativa (curioso término tratándose de que los alternativos, en principio, son los mutantes) que proponga a otros autores. El cánon es algo siempre subjetivo y que siempre resplandece por los nombres que faltan y nunca por los que están puestos. Lo mismo le pasó a Harold Bloom en su día, y era Harold Bloom. Y que como dice el refrán falsamente atribuido al Quijote: "Nos ladran Sancho, señal que cabalgamos." Y que el diálogo siempre es bueno para que surjan nuevas ideas y propuestas, y que nadie tiene la razón absoluta en nada, y que recuerden que son ellos los que tratan de mover el paradigma de literatura española, que se atengan a las consecuencias de ello. Por que actitudes como la de esta tarde en Ferré puede hacer que muchos mutantes se conviertan en seres invisibles a sus ojos y acaben desconfiando del producto que hoy trataban de vender. En el libro nos venden una lista de nombres, no de textos, pues bien yo me la he comprado a ver que hay de bueno y de nuevo. Sin duda, por lo que he visto esta tarde, me compraré esa dichos antología anti-mutantes de Valls, si es que existe. Y por lo tanto seré consumidor y lector de esta literatura que por lo menos da signos de quere moverse o decir algo.
Para terminar explicaré una anecdota que nos ha contado Eloy Fernández Porta. Cuando era pequeño y fue a ver La "Guerra de las Galaxias" con su padre este le preguntó: "Papá, si las galaxias son tan grandes y tienen tanto espacio, ¿por qué se pelean entre ellas?" Y su padre le contestó: "Para que tú compres la entrada". Pues eso. Carrión ha sentenciado que es normal que cuando una galaxia se siente atacada salgan los Jedis a defenderla. Y Calvo a contestado: "¿Nosotros que somos los Jedis o el lado oscuro de la fuerza? Yo quiero ser el lado oscuro de la fuerza: los malos."

domingo, 8 de junio de 2008
¿Qué es la Postmodernidad?

La Modernidad, desde el siglo XVIII y con el inicio del proyecto de las Luces, ha tenido el acompañamiento de lo que Lyotard ha dado en denominar los “metarrelatos”, esto es, narraciones de carácter universal que tenían como conclusión la consecución de un proyecto espiritual por parte del ser humano, las cuales le proporcionarían felicidad y sabiduría total al común de los hombres. Esta idea de metarrelato, que podemos identificar en el Ideal de la Ilustración, en el Marxismo o en el mismo Cristianismo (si lo encaramos a las religiones de la antigüedad) como ejemplos notables, en la sociedad postmoderna ha dejado de tener legitimidad, o lo que es lo mismo, han perdido su función estabilizadora. Todo metarrelato contiene en si mismo la idea de evolución y de progreso humano: en la Ilustración estaba abanderado por la salida del Hombre de su infancia para atreverse a pensar por si mismo, lo que Inmanuel Kant expresó con su “Sapere aude!”; en el Marxismo se habla de un materialismo histórico, de una lucha de clases, y de una revolución obrera que culminaría con una dictadura del proletariado sobre la burguesía; y en el Cristianismo se habla de un sacrificio en la Tierra para poder acceder a un Paraíso al final de los días. Como vemos, a diferencia de los mitos de la antigüedad, estos no se caracterizan por la intención de justificar unas instituciones que encontramos en el presente, no se dan como ciencia, sino como saber. El objeto de la Modernidad no está en la creencia ni en la superstición, está en la búsqueda de la perfección y de la felicidad constante y final.
Lyotard se basa sobre todo en lo que el denomina “la condición del saber” definiendo y delimitando un saber narrativo de un saber científico. La particularidad de ambos es que sin proponérselo se valen el uno del otro y se justifican el uno en el otro. Actualmente, ante el desengaño barroco y la desazón frente a los metarrelatos, parece ser que la técnica o, mejor llamado, la tecnología, se ha erigido como centro legitimador de las sociedades actuales. Los ensayos de Lyotard, aún teniendo más de veinte años, no pueden ser si no reales en nuestros días. Es sorprendente como el estado actual de las universidades españolas responde punto por punto a lo descrito en La condición postmoderna. En el sentido romántico de la institución, la pedagogía universitaria tenía como objetivo la transmisión del saber de forma total y generalizadora. Sin embargo, en la Universidad actual, y cada vez más con la consecución del famoso Plan Bolonia, más que la propagación del saber y la generación de nuevos savants, lo que se trata es de la formación de expertos en materias cada vez más diversificadas y que responden a las necesidades del mercado laboral, y en su fin, del Capital. Esto es importante, pues significa la victoria del modelo capitalista en contra del modelo marxista, y supone el auge de la inversión en investigación, no de forma altruista y por la mera acción de trabajar en un proceso universal de evolución y mejora (el proyecto de la Modernidad), si no por simple aumento de la riqueza por parte de las empresas. El saber se convierte en riqueza, y el que mayor saber consigue, mayor poder obtendrá. Ya no investigamos en las universidades, si no en las empresas o desde / para las empresas. La propia emersión de la tecnocracia tiene la pretensión de obtener un placer inmediato en lugar de perpetuar la espera de un final feliz que no aparece nunca. Auschwitz o el Gulag, son los ejemplos del fracaso del proyecto moderno. El sueño de la razón produjo estos monstruos y desde entonces se trata de volver a un punto cero en la Historia, para volver a empezar. La discusión con Habermas aparece en este punto, éste no piensa que el proyecto de la Modernidad esté finiquitado, si no que piensa que aún es posible retomarlo y finalizarlo positivamente.
De otro lado, la estética postmoderna que surge de la obra de Lyotard suele considerarse como investigadora de lo sublime. Como hemos repetido anteriormente, no comprende una ruptura total con la estética modernista, si no que es una parte de lo moderno entendido como estilo, como apunta el propio Lyotard: “Lo posmoderno es indudablemente parte de lo moderno, sería lo que, en lo moderno, presenta lo impresentable en la propia presentación.” De este modo, tampoco lo figurativo y lo discursivo no deben considerarse como secuénciales o como rasgos de lo posmoderno y lo moderno respectivamente. El estilo posmoderno procede sin reglas predeterminadas en la literatura anterior, abre un nuevo camino no recorrido anteriormente, sin embargo se sirve de una mirada entre irónica y nostálgica a formas del pasado como búsqueda de un punto cero y del inicio de una nueva etapa.
viernes, 6 de junio de 2008
Entrevista a Agustín Fernández Mallo

1.- ¿Has practicado la lectura de libros de teoría o crítica literaria, antes o durante la escritura de tus obras? En caso afirmativo, ¿cuales crees que te han ayudado más?
R: nunca leo libros de Teoría Literaria, salvo casos muy especiales. Leo mucho más de crítica de arte, estética, arquitectura o sociología. Pero mientras estoy escribiendo una obra es muy raro que lea nada sistemáticamente. Leo trozos de cosas que voy pillando por el mero afán de no perder el hechizo en el que me tiene la escritura en ese momento.Libros de estética y filosofía que me han interesado: muchos, muchos. De memoria: La fresca ruina de la tierra (Félix Duque), Ironía, Contingencia y Solidaridad (Rorty), La Buena Vida (Iñaki Abalos).
2.- Si tuviéramos que trazar un círculo de referencias anteriores a tu obra literaria, ¿cuales de ellas podrían situarse durante el último tercio del siglo XX? ¿Cuales podrían ser anteriores al propio siglo XX?
R: Anteriores al siglo20: san Juan de la Cruz. Después: Borges, Cortazar. Ballard, DeLillo, Thomas Bernhard, Valente, Juan Benet, por ejemplo. Pero me han influido más las lecturas de ciencias, o de arte, mucho más.
3.- ¿En que lector piensas cuando escribes?
R: En ninguno, ni siquiera pienso en mí, sólo en los movimientos internos de la obra.
4.- ¿Consideras la Posmodernidad como período acabado, situándonos así en una época que unos críticos han denominado pangeica o afterpop; o por el contrario opinas que seguimos en una Posmodernidad cuanto menos tardía?
R. Considero que la Posmodernidad no ha terminado. Esto nos llevaría muy lejos, es largo de explicar, pero para mí la posmodernidad como movimiento estético-socio-político, continúa, aunque transformadamente. Y como modelo personal de visión del mundo, creo que ha existido siempre, porque sólo es una manera de mirar el mundo, y no una forma concreta y objetivable del mundo. Saldrá un artículo que he escrito sobre esto en Babelia.
5.-¿A la sombra de que referentes consideras tú que podemos llegar a comprender mejor tus textos, desde tu punto de vista actual?
R: No sé, ya comenté mis influencias. Por lo demás, leyendo antes mi poesía.
miércoles, 4 de junio de 2008
Cuando abres Afterpop, ya no hay stop
sábado, 31 de mayo de 2008
viernes, 30 de mayo de 2008
"Dinero" de Pablo García Casado
miércoles, 23 de abril de 2008
Sant Jordi: el día del libro (mediático)
martes, 22 de abril de 2008
Un poco de cadaver exquisito, ¿no?
Legumbre de lo cotidiano
Nunca volví a ver la casa del bosque.
La miró a los ojos y escupió. Se sentía asqueado
del azar y otros placeres movedizos.
Sin duda alguna, la lechuga era su plato favorito
y la chica de los ojos casi rasgados como pomas de galleta:
¡Cuidado!
El soplo de las pestañas recogidas en dos lazos.
Volvió a golpearse con la farola.
Ciertas medias caóticas con nombre de reina judía.
El perro, ese animal tan noble.
Érase una vez.
Porque sí
Alucinante. A mí por lo menos me lo pareció en un primer momento. Roza lo sublime: gente destrozando sus circulos sociales por dinero. Un espejo dantesco de nuestra propia sociedad. Pero lo patético es que ni tan siquiera la cantidad final es abrumadora como par tan alto pago. Es la atracción de la victoria lo que te puede hacer quemar todas tus naves con tal de decir: llegué más lejos que nunca. Al traspasar esa meta, la soledad del corredor de fondo se hace más plausible y más ácida. Pero yo, como en un Circo, participo de ello y me río y pido más carne de orgullo. A lo mejor yo haría lo mismo, tengo tantos secretos como cualquiera de vosotros. Lástima que no sea telegénico.
Quedan trece minutos para entrar a trabajar y veo que el texto va creciendo sin ton ni son y sin un argumento sólido, lo cuál comienza a darme bastante lo mismo, pero tomo nota, por si acaso. Otra día explicaré aquí mi famoso sueño sobre Finlandia y mi propio psicoanálisis acerca de éste. Para los que no tengáis demasiadas nociones me tomaréis por loco, pero bueno, tenéis todo el derecho.
Por cierto, a toda la gente que alguna vez lee este blog y no deja ni un sólo comentario, que sepais que pienso ponerme a patalear a partir de ahora, por si quereis dejar de leer. A los que queréis dejarlos pero ser el primero os da vergüenza, yo seré siempre el primero en comentarme -quién peor que yo mismo para malinterpretarme- y así no habrá excusas. Por el momento me despido, porque sí. Ahora no tengo nada más que decir. Saludos.
domingo, 13 de abril de 2008
Versátil
Cruzamos las miradas y el secreto del mal se desveló ante mis ojos. Seguí leyendo la novela pero una especie de resorte invisible me hacía levantar la vista una y otra vez en cada curva para mirar a la ventana y vigilar el reflejo de un hombre de mi edad visiblemente nervioso. Por suerte, llegué a mi parada y me bajé con la seguridad de perder de vista, por fin, a aquel viajero tan siniestro. En el recorrido de mi rutinario trasbordo, llegué a pensar que incluso podría haber molestado a aquel desconocido con mi inquisitorial mirada, sin embargo, me había quitado cierto peso de encima instantes después de haberle perdido de vista.
Volví a dar a otro andén peor iluminado y allí aguardé paciente la llegada del próximo tren. Observé al resto de personas y recordé que cuando viajé por primera vez a otro país, una chica no mucho más joven que yo por aquel entonces, después de mirarme y remirarme mucho, tomó la determinación de caminar unos metros más allá sin dejar de acecharme con la mirada. En verdad, la pobre debió de asustarse por mi aspecto tan poco europeo y no la culpo: yo mismo estaba notando la presencia de aquel hombre justo detrás de mí, como si me siguiera.
Una vez llegado el siguiente metro, tomé asiento y saqué de nuevo el libro. Una señora que estaba sentada delante, iba leyendo un diario gratuito con una portada un poco alarmante. Habían detenido, horas antes de intentar cometer el acto, a unos terroristas que querían atentar en el metro de Barcelona. Levanté la vista de nuevo en una curva y allí estaba, otra vez, aquella especie de autómata que me miraba fijamente con la misma expresión de un cerdo frente al matadero. Descarté toda posibilidad de casualidad y caí en la cuenta de que ese viajero se proponía algo oscuro. Dicho así puede resultar infantil, pero yo no sabía lo que era sentir miedo en un lugar tan familiar como un vagón. Por los rasgos que tenía y por el color de su piel, aún más oscurecida a través del cristal por el que su reflejo me llegaba, me daba la sensación de que debía de ser del norte de África. Llevaba, como yo, un barba negra poco arreglada y, también como yo, se abrazaba a una mochila que, a mi parecer, estaba un poco abultada. Uno no debería observar nunca nada, ni a nadie, ni otear en los recovecos vacíos del metro o leer por encima del hombro el periódico de la persona que viaja a tu lado o sus mensajes de texto o escuchar sus conversaciones, ya sean por teléfono o en persona, ni debería tratar de mirar a la cara ni cruzar sonrisas o malos gestos o miradas e intentar luego interpretar que significa cada información que ha captado en un medio de transporte tan hundido en la ciudad como es el metro. Pero allí estábamos los dos retándonos como si fuésemos dos guerreros a punto de enfrentarse en un duelo a muerte, con la misma expresión clavada en nuestro rostro: una mezcla de pánico y socarronería. Para no andarme con rodeos, por su aspecto y por la noticia que acababa de leer, llegué a la conclusión de que tal vez, y sólo tal vez, se proponía matarnos a todos haciendo estallar el explosivo que portaba en su bolsa. Todavía arriesgándome más, leyendo su cara podía llegar a entrever el acento suicida de su propósito, un gesto que me decía “aparta de mí este cáliz”, me lo decía a mí. Y yo tenía la misión de detener todo aquello, de ser el héroe anónimo que todos esperamos alguna vez que llegue en el peor momento de nuestra historia, para apartar de nosotros cualquier tipo de cáliz que estuviéramos destinados a beber en ese instante.
Quedaba poco tiempo para llegar a la más concurrida de todas las paradas. Debía de tomar una determinación: bajarme en la siguiente y desocuparme de todo aquel asunto, en el que podría estar equivocado; o bien, levantarme de mi asiento y dirigirme hacia él para arrancarle su mochila de entre los brazos y golpearle. Quizás un término medio de la segunda. Sea como sea, no lo pensé demasiado y opté por tomar partida. Cuanto más nos mirábamos, más nerviosos nos poníamos, hasta me dio la sensación de que él también había adivinado mi propósito con sólo ver mis ojos. Dejé de mirarle por fin y decidí a levantarme de mi asiento. Una última mirada prescriptiva, veo como abandona su mochila en el suelo y él también se levanta: entonces no hay duda. Suspiré muy fuerte, tanto que la mujer que estaba sentada a mi lado me miró extrañada, como si mirara a un loco. Cerré los ojos un instante y di los primero pasos hacia él. “Señor, se olvida usted de su mochila.” Escucho qué me dicen y es verdad. La recojo, me miro en el cristal de enfrente y entiendo todo lo que ha pasado y lo que no. Me vuelvo a sentar de golpe en mi sitio y pienso que... No sé, no sé que pienso.
miércoles, 12 de marzo de 2008
LA GATA EN CASA (finalista del II Certalmen Literario "Antoni Vilanova" de la UB)
Recordé entonces aquella extraña historia que escuché acerca de una raza de felinos cuya voluntad era la de aprovecharse de la soledad. Cuentan que sus hembras evolucionaron con el mismo sigilo que utilizan las arañas para tejer su trampa hasta alcanzar un aspecto idéntico al de mujeres en extremo atractivas aunque perniciosas. Los gatos, por su parte, con la misma intención pero con diferente brío, terminaron por degradarse y se convirtieron en el azote de los ratones y en los guardianes del sueño de los niños a cambio de un tazón de leche, una ristra de caricias desde el cuello hasta la cola y un lugar privilegiado en la lumbre. Cada noche.
La gata estaba en casa. Acababa de pasar al salón y ya se había apoderado del cojín más mullido del sofá. Se restregó contra mis piernas buscando que notara su calor dentro de mi pantalón y de mi carne. Yo ya había sentido otras veces ese tacto con el que conseguían de mí hasta la última lata de foie-gras. Me propuse domarla, hacerle comprender que no siempre un hombre, por muy solo que se sienta, va a cumplir irremediablemente lo que una doña bigotitos ordene. Que era yo quien había decidido dejarla pasar y que estaba jugando en mi terreno. Se comenta que los gatos, después de una eternidad padeciendo sus caricias egoístas, han podido desarrollar una arrogancia tal que han sabido desviar su mirada y su atención de ellas hasta obligarlas a tomar la decisión de buscar la sumisión de otros animales más ingenuos.
Mi vida de soltero, decorada con muebles de segunda mano, llevaba tiempo esperando esta visita. Supuse que sería yo el que la elegiría, sin embargo, fue ella quien, al verme caminar por la calle un poco aturdido después de la última discusión, había maullado mirándome a los ojos y reclamando para ella toda la atención cuando estaba a punto de volver a casa. La minina me sedujo al confundir el frío de la calle con el de mi vida y entró sigilosa para heredar los lugares más cálidos del piso.
“¿Quieres tomar algo?” Todavía no, más tarde. Llevaba demasiado tiempo sin enfrentarme a ella, pero no estaba nervioso, era como si siempre hubiera estado manteniendo esta conversación en mi cabeza, pero no sabía qué iba a decirle, ni si podría resistirla mucho rato. Se la veía igual que siempre o al menos como yo recordaba: un poco delgada, desaliñadamente coqueta, algo pálida, pero siempre con una aureola extraña que recordaba a esas mujeres huidizas e incorpóreas que aparecían como fatalidades en la literatura. “Siéntate en el sofá, es muy cómodo.” Vale. Me hizo caso. ¿Cómo va todo, eh? No me creo todavía que esté en tu casa, la verdad. Nos hacemos mayores. “Bueno, tarde o temprano iba a pasar, ¿no?” ¿Puedo fumar? Sacó una pitillera de piel falsa cuajada de cigarros Camel. “Estás en tu casa. Haz lo que quieras.” Sonreímos. Se le arrugó la piel más próxima a sus ojos. Me estremecí un instante. Cuéntame cositas, va... –Y así congeló mi sonrisa de bobo–…que hace mucho que no nos veíamos. “Cuéntame tú, ¿no?” ¿Yo? “Sí. ¿Qué tal os va?” Sonreía. Sigues siendo igual de cotilla, ¿eh? Volvimos a sonreír. Una nunca sabe si esta del todo enamorada de alguien, ¿no te parece? Encendí un cigarro y fumé una calada intensa, después tomé asiento en una silla cerca de ella y de la mesita que soportaba algunos suplementos semanales de diarios y un cenicero sin cenizas. Le quiero ahora, con eso basta. Me dolió y no esperaba que eso me doliese. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que quedamos? Preguntó. “No sé. ¿Tres años? Casi… No sé. ¿Cuánto?” No lo sabía exactamente, quizás sí, tres años, o un poco menos, o un poco más. ¿Qué importaba eso? Parecía risueña y eso me asustaba. Unos tres años, sí. Silencio. Más silencio. Me levanté para dirigirme a la cocina mientras le preguntaba “¿Te apetece beber algo? ¿Cerveza?” Suspiró. No sé. Sigo sin probar el alcohol, no puedo. Me apetece algo más… no sé. Tengo frío. “¿Café?” ¿Tienes leche? Calienta un poco de leche. Y pon una estufa o algo. Hace frío. “¿Leche? ¿Leche sola?” Con un poco de miel, si tienes. Nunca lo hubiera imaginado. A ver si me enseñas el pisito, rollo visita guiada. “Es muy pequeño. Date una vuelta.” ¿Puedo chafardear? “¡No!” Entré en la cocina para preparar las bebidas. Saqué la leche de la nevera y la serví en un vaso de los que regalan con la Nocilla. Apagué mi cigarro con un poco de agua y lo tiré por el lavadero. Estaban las pastillas en la encimera y se me iban a olvidar. Escuché sus carcajadas en mi habitación, había descubierto el retrato gigante de Bogart que colgaba de la pared. ¿Así que Bogart, eh? “No encontré ninguno de Woody Allen haciendo de Bogart.” Ya, ese te hubiera pegado mucho más, pequeño. Calenté la leche en el microondas durante dos minutos. “¿Quieres miel?” Sí, sí. “¿Te gusta el piso?” Hablábamos a gritos. Pensaba que vivías con tu novia. “No. Rompimos. Me vine a vivir aquí poco después.” Volveréis. “No, otra vez, sería demasiado.” Desde que te conozco estás con ella. Tú no sabes estar solo. Yo no sé, pero lo he estado durante mucho tiempo. ¿O ya no te acuerdas? No tenía nada que decirle al respecto, si había estado sola tanto tiempo no había sido culpa mía. Me preparé un café, generoso con el azúcar. Hacía mucho rato que no tenía noticias de la gata, algo estaría haciendo, quizá husmeaba por los rincones, descubriendo algún territorio que por poco acogedor seguramente resultaba siniestro. “Ten cuidado con la gata, que no te asuste.” Ya sabes que no. “Pues que no se asuste ella.” Rió. Reí. La leche y el café ya estaban listos. Noté su presencia sigilosa a mis espaldas. Juguetona, comenzó a rozar su pie descalzo con mis piernas para hacerme sentir su tacto meloso. Cuando me giré, ella me dio un abrazo tan potente que me dejó arrugada el alma. Te he echado mucho de menos, tonto. No la miré a los ojos, la aparté de mí con sutileza arrogante. Luchaba por no prestarle atención ya que algo en mi interior me decía que todo me iba a hacer sentir como un idiota o como un loco. Agarré los vasos y regresamos al salón. Esta vez nos sentamos en el sofá los dos y volvimos a fumar de nuevo. Yo Chester, ella creo que fumaba Camel. “¿Tienes hambre?” No, no te preocupes. Tengo cena en casa. “Ha sido una casualidad encontrarnos justo hoy.” ¿Por qué justo hoy? “Bueno, había recordado aquella vez que casi nos pillaron robando en La Central. He estado esta tarde allí.” Es verdad. Que pringados. Sí. No parábamos de sonreírnos, cada vez con menos motivos. ¿Has comprado algo? “No, al final no.” Puso su cabecita encima de mi hombro y acarició mi patosa mano de la que se cayó el cigarro. Tardé en reaccionar. “Como no lo coja, saldremos ardiendo.” Ojalá. Lo recogí enseguida y para recuperar un poco de dignidad volví a levantarme. ¿Dónde vas? “Voy a sacar una lata de atún.” ¿Para qué? “Para mi gatita.” Hacía mucho que no aparecía, quizás oliendo algo de comida vendría. No creo, además, yo de ti no le daría mucho atún a un gato si no quieres que se muera. Habló la experta. Mientras buscaba en los armarios la dichosa lata me pregunté si debería sacarle el tema. La caja de pastillas seguía en la encimera. La he recogido de la calle hoy. No tiene todavía nombre. “¿Sabes algo de Lucas?” No contestó. “¿Hola?” No, no se nada. Seguía buscando por todos lados, imaginaba que tal vez en el fondo de la nevera hubiera algo, mi cigarro se consumía en el cenicero. “Me dijeron que bajó a Barcelona hace cosa de un mes. Me lo comentó Carlos que le he visto en el Messenger. Por cierto, tú hace una eternidad que ya no te conectas.” No tengo Internet. Te apago el cigarro, ¿vale? De repente estaba más seria. Me asomé por la puerta de la cocina con mi mejor sonrisa para pedirle un poco de comprensión por mi tardanza. Podría pensar que me había puesto nervioso. Así era ella. Estaba incómoda. “Pues a ver si le veo que nunca llama.” Sí, sí que le vi. Quedamos. “¿Sí?” Aunque eso me jodió más que cualquier otra cosa que hubiera sabido esa noche, ya me lo esperaba. Las gatas, por mucho que busquen de los hombres, siempre terminan por querer cazar a un gato. “¿Y bien?” Ya sabes. “Sí, ya me imagino.” Pues eso. “No te preocupes, todos tenemos un punto débil.” Bromeé. Ella ya no se rió. Volví a asomarme pero miraba hacia el pasillo, con el cigarro apunto de apagársele entre los dedos. No decía nada “¿Está la gata por ahí?” Por fin. Estaba escondido detrás del queso de cabrales. Lo puse en un platito pequeño y me dirigí al comedor. Voy un momento al lavabo. Tenía los ojos llorosos. “Muy bien.” Me di pena. Aparté las revistas y coloqué la comida encima de la mesita. La gata apareció de repente, subió por el plato y devoró el atún con parsimonia, con cuidado de no manchar sus bigotitos. Volví a la cocina para limpiarme las manos del líquido aceitoso que me había manchado al transportar el plato. La caja de pastillas aun permanecía en la encimera. Al final me tomé una, bueno no, tomé dos.
Dos pastillas con un poquito de café. Me tumbo en el sofá a dejar que se me pase, cierro los ojos. Llaman a la puerta.
FIN
domingo, 9 de marzo de 2008
MEMENTO (I)
jueves, 17 de enero de 2008
LAS VOTACIONES DEL I PRIMER CERTAMEN INTERNACIONAL DE NICKS DE MESSENGER
domingo, 13 de enero de 2008
I CERTAMEN INTERNACIONAL DE NICKS DE MESSENGER
La regla es simple, podéis poner un comentario, en esta misma entrada, con vuestra propuesta de nick. Tiene que ser de alguno de vuestros contactos o, si queréis, vuestro propio. Los cuatro que más me gusten serán encuestados en este mismo blog, al igual que la pregunta chorra de los pezones, y el ganador obtendrá un pin.
sábado, 12 de enero de 2008
Ha muerto un Ángel

martes, 8 de enero de 2008
Fue prohibido

Tomé del mar la palabra entera y saqué del día sus dos últimos tercios.